Por: M. En. D. Primo Blass

“La grandeza de una nación y su progreso moral

puede ser juzgado por la forma en

que sus animales son tratados”

Mahatma Gandhi

 Un padre soltero o una madre soltera, como su servidor, sabe que el trabajo de la crianza de los hijos es algo muy difícil, pues además de llevar el sustento hay que atenderlos dándoles tiempo de calidad. Uno tiene que darse tiempo para todo: despertarlos, animarlos para que se aseen, desayunen, llevarlos a la escuela, preparar la comida, ir por ellos a la escuela, comer en familia para que no sientan la soledad, ayudarlos con sus tareas, merendar, platicar, jugar, llevarlos a la cama, contarles cuentos de cosas maravillosas y mágicas, y, una vez dormidos, darnos el tiempo necesario para nosotros.

Como dije, no es tarea fácil, pero si hacemos lo que tenemos que hacer, el tiempo se va rápido y de repente, nos damos cuenta que nuestros hijos han crecido.

La primera mascota que llegó a nuestras vidas, se llama Luna. Luna es una perrita tipo french poodle, chiquita, peluda y bien portada. De pequeñita le gustaba meterse en mis zapatos y dormirse ahí, mis hijos se sentían fascinados con ella, y Luna fue creciendo con mis hijos. Así pasó el tiempo, y, cuando mi hija tenía que entrar a la secundaria nos cambiamos de casa. Mi hijo había entrado a la prepa, y el lugar a donde nos fuimos a vivir estaba un poco alejado, de tal forma que cuando entrábamos en los nuevos dominios, mi hija me decía: “¿Papá, te das cuenta que cuando entramos a este lugar ya no se escucha el ruido de los coches?” y en las mañanas notó de inmediato el canto de las aves al amanecer, y desde entonces le damos las gracias a Dios por permitirnos escuchar el canto de agradecimiento de las aves y la naturaleza en general.

La nueva casa era diferente. Más amplia y más bonita pero el área estaba un poco desolada. Así que pensé que era necesaria la llegada de una mascota diferente, que tuviera más presencia para que cuando no estuviera yo, mis hijos se sintieran acompañados. Así que me puse a investigar y descubrí que la mejor compañía para ellos era un boxer o un Rottweiler. No podía creerlo. Con el temor que me imponían esos perros… Pues con miedo y todo, adquirí una perrita Rottweiler maravillosa. Kira fue el nombre con el que la bautizó mi hijita linda.

Al principio le tenía miedo a Kira, no voy a negarlo. Pero con el paso del tiempo se convirtió en la guardiana de la casa y de mis hijos. El sólo ladrido de Kira bastaba para que la gente que pasaba cerca de la casa saliera disparada. Bueno, con decirles que cuando mis hijos y yo estábamos descansando en la terraza, y de repente Kira ladraba, hasta a nosotros nos espantaba.

Kira y Luna siempre estuvieron presentes para darnos compañía y mucho amor. Siempre que regresaba a casa, las dos se alegraban tanto que me hacían fiesta. Y a mí se me olvidaba el cansancio, el aburrimiento, el hartazgo, el enojo o lo que estuviera sintiendo de malo por el ajetreo cotidiano.

Hace unos años, Kira trascendió de este plano terrenal. No saben cuánto nos dolió a todos que Kira ya no estuviera con nosotros. Ella era parte de la familia. Cuidaba, no sólo la casa, cuidaba, y lo hacía muy bien, a mis dos hijos. Nos alegraba los días. Nos alegraba la vida. Y sé que Dios, que es Dios para todas las formas de vida en la tierra, tiene por ahí un paraíso para nuestras mascotas, esos buenos amigos, parientes, diría yo, que forman parte de nuestras vidas. Debo confesar que antes de tener un perro mi óptica no era la misma. Un perro era cualquier cosa. Pero ahora con Kira y Luna me doy cuenta que ellos, nuestras mascotas, son un regalo hermoso.

Ahora mis hijos ya son adultos. A veces no están, obviamente tienen cosas que hacer, casi ya no me necesitan. Pero cuando llego a casa, todavía está Luna esperándome detrás del portón de la casa para recibirme. Y cuando lo abro, se levanta para saludarme alegremente. Moviendo la cola como para compartir la felicidad que siente por mi regreso. Sin embargo, también le está llegando la hora de despedirse. Ya está muy grande de edad. Es tiempo de cuidarla y apapacharla más que nunca. ¿Y saben qué? Yo ya no soy el que era antes. Aquel que pensaba que un animalito era cualquier cosa. Ahora he comprendido que nuestras mascotas son nuestros mejores amigos. Nuestra mejor compañía. Y estoy de acuerdo con lo que alguien alguna vez dijo: “No creo en el concepto de infierno, pero si lo hiciera, pensaría en él como un lugar lleno de gente que fue cruel con los animales”.

O mejor, como dijo Anatole France: “Hasta que uno no ha amado un animal, una parte del alma sigue sin despertar.”