Por Latino Americanos Magazine

Mientras helicópteros sobrevolaban el este de Los Ángeles y los agentes de ICE operaban en zonas escolares, una estudiante de 17 años con DACA decidió no ir a clases. No porque no quisiera aprender, sino porque tenía miedo de no volver a casa.

Este es el nuevo panorama para miles de estudiantes latinos e inmigrantes en California, especialmente tras la ola de redadas y detenciones en junio de 2025. El aula, que antes era un espacio de crecimiento y comunidad, hoy se ha convertido —para muchos— en un sitio de ansiedad, silencio y ausencia.

Vidas en pausa, sueños en riesgo

Erika, estudiante de preparatoria en South Gate, llegó a EE.UU. cuando tenía 5 años. Tiene buenas calificaciones y sueña con ser enfermera. Pero hace dos semanas, su padre fue detenido mientras la llevaba a la escuela. Desde entonces, Erika falta con frecuencia, llora en clases y ha dejado de participar en actividades extracurriculares.

Como ella, miles de jóvenes con o sin documentos viven bajo una tensión constante que impacta no solo su rendimiento escolar, sino también su salud mental.
“Estudiar se vuelve difícil cuando tienes miedo de que tus padres no estén en casa al regresar”, dice Luis, otro alumno que asiste a clases con una mochila, una muda de ropa y documentos esenciales “por si algo pasa”.

El daño invisible

Las consecuencias de esta situación van más allá de lo académico. Consejeros escolares de distritos como LAUSD han reportado un aumento alarmante en casos de ansiedad, ataques de pánico, insomnio, retraimiento y pérdida de interés en los estudios entre estudiantes inmigrantes.

El miedo afecta la concentración. La incertidumbre interrumpe la rutina. El trauma, muchas veces silencioso, se manifiesta en aislamiento social o bajo desempeño. Y lo más grave: algunos jóvenes están considerando abandonar la escuela para apoyar económicamente a sus familias o por sentirse desprotegidos.

Escuelas: ¿refugio o zona de riesgo?

A pesar de las políticas de «escuelas seguras» que promueven los distritos escolares en California, la realidad es desigual. Algunas escuelas han reforzado su compromiso de proteger a sus estudiantes inmigrantes, impidiendo la entrada de ICE sin orden judicial y capacitando a su personal para responder con sensibilidad.

Otras, sin embargo, no han actuado con la misma firmeza, lo que genera desconfianza entre los padres y provoca ausentismo escolar.

Hay ejemplos positivos: en el Valle de San Fernando, un plantel instaló una «sala de bienestar migrante», donde estudiantes pueden encontrar apoyo emocional, información legal y recursos comunitarios. Estas iniciativas muestran que las escuelas pueden ser aliadas reales, pero requieren voluntad y coordinación.

El papel de los aliados: consejeros, maestros y comunidad

Los docentes son muchas veces el primer adulto que escucha el miedo de un estudiante. Por eso, su sensibilidad es clave. Un maestro que pregunta “¿cómo estás?” puede ser el primer paso para canalizar ayuda.
Los consejeros escolares también juegan un rol fundamental en la contención emocional, y muchos están siendo capacitados en trauma migratorio. Además, las asociaciones de padres, iglesias y organizaciones comunitarias deben reforzar los vínculos con las escuelas para apoyar a los jóvenes afectados.

Proteger a los jóvenes es prioridad

No hay futuro sin educación, y no hay educación posible si reina el miedo. Nuestros estudiantes inmigrantes no deben elegir entre aprender y sobrevivir. Deben poder soñar sin temor, estudiar sin esconderse, vivir sin la amenaza constante de ser arrancados de sus familias.

Como comunidad, debemos exigir políticas claras de protección, invertir en servicios de apoyo y, sobre todo, abrazar a nuestros jóvenes con información, comprensión y presencia.

Porque cuando protegemos a nuestros estudiantes, protegemos también la esperanza de toda una generación.