10 de Septiembre

La magnitud e impacto del suicidio cada vez son más alarmantes, convirtiéndose en un problema de salud pública importante, pero a menudo sumamente descuidado, rodeado de estigmas, mitos y tabúes. El suicidio es definido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el acto deliberado de quitarse la vida. Su prevalencia y los métodos utilizados varían de acuerdo con los diferentes países. Desde el punto de vista de la salud mental, los adolescentes son más vulnerables por su etapa de desarrollo. Tener ocasionalmente pensamientos suicidas es parte de un proceso de crecimiento en la infancia y la adolescencia, e incluso en la vida adulta, al tratar de elucidar los problemas existenciales cuando se trata de comprender el sentido de la vida y la muerte. Desafortunadamente, dicha circunstancia está determinada por factores altamente vulnerables, así como sociales, culturales, económicos y familiares.

Centrarse en la prevención del suicidio es especialmente importante para crear vínculos sociales, promover la toma de conciencia y ofrecer esperanza. Acercarse a los seres queridos por su salud mental y su bienestar podría salvarles la vida. Para prevenir el suicidio en todo el mundo, es fundamental involucrar a la sociedad y a las partes interesadas, y unir a todos en este esfuerzo de colaboración con un enfoque multisectorial, educativo y preventivo. La prevención del suicidio requiere también la intervención de sectores distintos al de la salud, y exige un enfoque innovador, integral y multisectorial, con la participación tanto del sector de la salud como de otros sectores, como por ejemplo los de la educación, el mundo laboral, la policía, la justicia, la religión, el derecho, la política y los medios de comunicación. Todos trabajando en sinergia por un objetivo común: evitar la privación voluntaria de la vida.

Los signos de advertencia de que alguien puede estar en riesgo inmediato de intentar suicidarse incluyen: hablar de querer morir o desear matarse, hablar de sentirse vacío o desesperado, o de no tener motivos para vivir; hablar de sentirse atrapado o pensar que no hay ninguna solución; sentir un dolor físico o emocional insoportable; hablar de ser una carga para los demás; alejarse de amigos y familiares; regalar posesiones importantes; decir adiós a amigos y familiares; poner sus asuntos en orden, como hacer un testamento; asumir grandes riesgos que podrían resultar en la muerte, como conducir extremadamente rápido; hablar o pensar en la muerte con frecuencia, entre otros tantos. El suicidio siempre ha estado rodeado de silencio y de miedo al efecto de contagio. Debemos tener presente que cualquier anuncio de muerte autoinducida debe encender siempre una luz roja de alarma.

Por último, es fundamental poner un gran énfasis en la prevención primaria con los niños y adolescentes, tanto en la familia como en la escuela. Se trata de prestarles un apoyo afectivo incondicional, de acostumbrar a los adolescentes a que pidan ayuda cuando la necesiten y de enseñarles a afrontar emociones y situaciones negativas. Es necesario evitar que un problema recurrente, como el bajo rendimiento académico o el consumo de drogas, se convierta en el único tema de conversación, y aumentar las oportunidades de compartir actividades gratificantes de forma regular. Es importante fomentar la organización de programas donde se promueva el aprendizaje en la crianza, el conocimiento de las etapas de la adolescencia, sexualidad, uso de drogas, valores, violencia intrafamiliar, manejo de disciplina y límites, y signos de alarma o factores de riesgo durante el desarrollo del niño y del adolescente. Entre estos se deben identificar a tiempo trastornos del aprendizaje, de la conducta y de las emociones, así como los relacionados con el suicidio.

Mtro. Víctor Hugo Pacheco Gallardo